Edgardo Rodríguez Juliá: entre la crónica y la interpretación.

Diana Torres (Universidad de Sevilla)


En las obras del puertorriqueño Edgardo Rodríguez Juliá, cruzar carreteras en un país que apenas sobrepasa los 9.000 metros cuadrados traslada al individuo a épocas lejanas y a situaciones sociales muy distintas. Sus crónicas responden a una iniciativa de reconectar la realidad boricua con el entorno caribeño que la rodea. Como una isla que se repite, las semejanzas son infinitas –a pesar de la variedades idiomática- y, a su vez, paralelas a las diferencias que las separan. El Caribe funciona entonces como ese espejo que ejemplarizó a la generación del 70, de la cual Rodríguez Juliá es parte, en su forma de representar la realidad social. Para avanzar hacia las aguas antillanas, Rodríguez Juliá debe adentrarse en las puertorriqueñas e ir marcando el territorio conocido más próximo para poder conocer el regional.

Sus primeras crónicas van abriendo camino hacia las aguas caribeñas manteniendo siempre un referente puertorriqueño frente a su comparable, por ejemplo, en temas gastronómicos. Poco a poco, se irá invirtiendo la ecuación y se situará directamente en el Caribe, desde donde tirará una mirada oblicua hacia Puerto Rico. En palabras de Torres Caballero, son una instantánea borrosa –entiéndase blurry, fuera de foco, por captar movimiento- de la que sustraemos una imagen de nuestra contemporaneidad: dónde estamos, cómo hemos llegado hasta aquí, hacia dónde nos dirigimos. La forma que emplea Rodríguez Juliá, la crónica, género híbrido y camaleónico, a mitad de camino entre la ficción y el reportaje, cajón de sastre literario […]

En este caso interesa la conexión entre el libro de viajes y la crónica tal y como se presenta en El cruce de la bahía de Guánica (1989) y los ensayos que la componen; especialmente en “El jardín violado y recuperado la pintura de Rafael Ferrer en las Terrenas” y “Flying Down To Río”.